La frase que más dolió fue esa en la que parecía que te ibas de verdad porque no te compensaba. Porque ya estabas siendo feliz. Iba camino al hospital. Sabía que me estabas dejando. No te veía, pero lo escuchaba todo… y aun así no escuché. Entendí que estabas mejor sin mí, que mi miedo se cumplía: que habías decidido que la relación era tóxica y que preferías estar sola. Pero creo que lo que querías decir era otra cosa: que empezabas a ver un signo positivo en ti. Que no era “estoy mejor sin ti” sino “estoy mejor porque empiezo a sanar”. Y esa era la condición para volver.
Tal vez así sea mejor. Otra puerta a la esperanza me habría dejado más pendiente de ti, desgastándome, cortando tu descanso. Y los dos sabemos que esto solo tiene una oportunidad si el espacio es real.
Mis mensajes quizá sonaron a definitivo, pero no me arrepiento de haberte dicho que lo tenía claro y que veía otra forma. Espero que eso sí te llegara.
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Aun así, nada cambia. Es ruptura final. No hay vínculo, ni chequeos, ni esperas. Tu sanación llevará lo que lleve. No sé qué querrás al terminar ni dónde estaremos. Y yo no puedo quedarme en silencio, mirando desde la oscuridad. Si son meses o años, seremos otros. Y si antes de eso decides volver, ya sabes dónde encontrarme.
Quizá no te vayas a ningún lado. Quizá la puerta quede entreabierta. Pero ahora no somos nada. Necesito tranquilidad, estabilidad. Y lo cierto es que, si esto acaba aquí, así, se me cae la imagen que tenía de ti. No por irte, sino por la forma. Por lo poco cuidadosa que has sido, por responsabilizarme de todo, por no trabajar en equipo. Por dejarlo así, por llamada, y sin darme ni lo mínimo. Por haber estado dispuesta a dejarme sólo y en silencio.
Te quise, quise estar contigo. Pero si las cosas son así… igualmente no iba a durar.
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