Hace varios años tenía una muy buena amiga. De esas con las que la afinidad casi se hacia tangible. No diré que éramos como dos gotas de agua, porque de hecho eramos bastante diferentes, pero al estar juntos es como si cada uno completáramos y expandiésemos al otro. Sinergia: nuestro "todo" era más que la suma de las partes.
Una noche de noviembre nos agarramos una borrachera de esas que hacen historia. Típicamente, si uno bebía mucho, el otro se controlaba, para que al menos se garantizase poder llegar a alguno de los dos pisos. Aquella noche no, desfasamos los dos tanto que quien nos viese por la calle no iba a saber quien llevaba a quién. Alcanzamos por suerte el piso más cercano, el suyo, y cuando subimos, de tan cansados que estábamos, no nos molestamos ni en desplegar otra cama. Tampoco iba a ser la primera vez que dormíamos cerca y nunca había pasado nada. Pero esta vez...pasó. ¿Sin previo aviso? Supongo que yo no era el único que alguna vez había pensado ¿y si...? Supongo también que en algún punto de la noche nuestros cuerpos recordaron que teníamos 20 años y con el apoyo del alcohol decidieron tomar cartas en el asunto.
¿Cómo fue? Os podría hablar de descubrir colores nuevos, de sentir estallar el pecho, de risas y de silencios. De cómo conforme el éter se retiraba, y la consciencia recuperaba terreno, nos dábamos cuenta de lo que estábamos haciendo... y nos parecía que aquello era lo que tenía que ocurrir, que tenía que ser así. Fuimos nosotros, ella y yo, pero más que nunca, todo.
Al dia siguiente, cuando nos despertamos, nos vestimos en silencio. Nos mirábamos de cuando en cuando. Sin reproche, sin arrepentimiento... pero sin dudas sobre lo que teníamos que hacer. Valorábamos demasiado nuestra amistad. Cuando aprecias tanto algo, todo lo demás debe de doblegarse. Así que no nos la quisimos jugar: aquello no se repetiría. Y aunque de nuevo un ¿y si...? quedó en el aire, la decisión estaba tomada.
La siguiente vez que nos vimos fue para tomar unas cañas. Funcionó. Todo normal, todo habitual. Pero al despedirnos... Hasta ahora, siempre había bastado con un "hasta luego", o revolver el pelo o sonreir simplemente. Nunca habíamos sido de "formalidades". Pero en ese momento, tuve un impulso y le dí dos besos. ¿Por qué? ¿era mi forma de marcar distancias, de ser un poco más frío para que se diera cuenta de que aquello había sido un error? No...
Creo que mi subconsciente había comprendido mi anhelo y se encargó de ponerme en movimiento. En ese instante pude volver a escuchar su respiración de cerca. Volví a sentir su olor y notar otra vez, aunque fuese por un momento, su piel al dejarle esos dos besos. Lo cálida que era su mejilla contra el frío del otoño casi invierno. Supongo que funcionó como un pequeño parche, una pequeña dosis de aquello que no debía ser.
Y así, y desde entonces, siempre me despedí con dos besos. Al cabo de un tiempo ella empezó a hacer lo mismo, quizás porque pensaba que era mi forma de distanciarme para que no volviera a pasar, y no quería oponerse; quizás por educación, o quizás...
Es una historia muy bonita. Y un poco triste. Pero conozco esa sensación...
ResponderEliminarEstoy empezando a preocuparme... Últimamente tu vida y la mía son demasiado paralelas.
ResponderEliminarAl menos, al menos, queda un recuerdo y dos besos.
(muak!)