A menudo eran las 4 de la mañana cuando me sentaba sobre ese sitio. Yo llegaba ya tarde a casa, tú tenías que llamar a un taxi, y aún así rascaba un par de minutos para, simplemente, quedarme ahí, sentado.
¿Por qué? El sitio en concreto era el cruce de dos calles muy largas, una que se perdía cuesta abajo y otra que se extendía hasta llegar a un parque. A esa hora, en la que ya no pasaban coches, sentarse ahí provocaba una sensación extraña. Rodeado de edificios, con todo en silencio y por la noche, estaba justo en la convergencia de caminos flanqueados por farolas que se perdían en las 4 direcciones.
Dicen que los lugares en los que hay transiciones son los que albergan más magia. Que por eso hay que tener cuidado con las 12 de la noche y los marcos de las puertas, ya que son sitios especiales que no terminan de pertenecer a nuestra realidad, en los que las leyes pueden dejar de cumplirse en cualquier momento. Y yo, sentado ahí, tenía durante un instante una sensación extraña, como si me desbaratase en esas 4 direcciones, como si saliese de mí un momento y pudiera esparcirme por las calles. Grande, dominando todos esos caminos, y pequeño, encerrado por ellos.
Al cabo de unos minutos me daba cuenta de que estaba sentado en mitad de una calle, sobre suelo frío y probablemente sucio, y que además te estaba haciendo llegar más tarde a casa. Entonces me levantaba para irme. Pero finde tras finde, un poquito antes de entrar en casa, volvía a pararme un momento para desperdigarme y volver a juntarme, a escapar unos segundos de la realidad.
No te conté por qué lo hacía, supongo que pensabas que simplemente hacía el tonto. Yo tampoco lo sabía, creo. Ahora me doy cuenta de que por muy racional o cuadriculado que sea uno, son ese tipo de pequeñas locuras las que le ayudan a mantenerse cuerdo.
*
Dí que no...
ResponderEliminarNo es ser tonto, es ser original. Ser mágico. Ser distinto y especial.
(=