Supongo que es normal, que como con el vínculo, el cierre avance cada día.
Te noto lejos, distante. Te noto... extraña. No extraña al verte, que no te veo, extraña en la idea de que hace tan poco tiempo estuviéramos tan cerca y ahora... nada. Ajena, lejana.
Qué difícil que es encontrarse y qué fácil que es irse. No es justo, pero ya hemos pasado la parte de la injusticia que corta al "no tendría que haber así, no tiene sentido, pero así fue".
Se que siempre soy el busca, y el que llama a la puerta. Quizás (seguro) que es un problema, porque acostumbro a los demás a no tener que mostrar esfuerzo o interés. Viene de mi temor a que si no cuido, trabajo y me esfuerzo al máximo, la otra persona se irá, así que siempre busco yo. Y al principio me justifico con la lealtad y el cuidado, que me dicen que está bien dar más aunque reciba menos. Pero cuando ya no cabe duda que le corresponde mover a la otra persona, y necesito un esfuerzo explícito, deliberado, sigo atrapado por las propias dinámicas que yo mismo creo. Lo más que recibo son gestos ambiguos, la puerta medio abierta, camuflando el interés por si llega el rechazo. Pero es que todos tenemos ese miedo, a todos nos toca saltar el charco sin saber si podremos. Y yo siempre acabo con los pies mojados.
Uno de los aprendizajes recientes es que aunque pueda justificar el daño, no puedo justificar la falta de reparación. Hiéreme porque no has podido evitarlo, pero no me niegues el reconocimiento del daño, de la responsabilidad, y la propuesta para que no vuelva a pasar. Si no, el otro aprendizaje reciente es que me tengo que alejar, aunque no quiera, aunque hubiera preferido irte a buscar otra vez más. Pero por mí y los míos, si no nos vamos a encontrar en el medio, yo me tengo que marchar.