lunes, 19 de agosto de 2013

Cuerda

Abrir la puerta trajo una corriente de aire que no se sentía desde hacía años bajo esos techos. Un remolino de hojas secas se adentró por el pasillo de la casa y tan rápido como empezó volvió el silencio. Silencio expectante, de la calma rota, no ya el silencio de la mortaja del abandono.

Los pasos crujían sobre la olvidada tablas de la casa. Aún podía oír la música, antiguas maderas y cuerdas. Las ventanas, abiertas; las bisagras, trabadas. Los ratoncitos que aguardaban corrían ahora a esconderse en sus agujeros.

En el salón depositó el estuche en el suelo y extrajo su compañera del alma. Avanzando hacia el balcón, contemplaba las pinturas y fotografías cubiertas de polvo de las personas que dejó con una promesa.

Ya sentado sobre la barandilla, observa el pueblo al que prometió volver. No quedó nadie para esperarle, tardó demasiado. No había amigos con los que improvisar ni chicas a las que inventarles melodías. Aún así, comenzó a deslizar el arco por las cuerdas. Dejaría una última impronta en las calles de piedra y casas de tejas rojas, un trocito de sí mismo en el sitio al que pertenece, antes de regresar para siempre a los aceros y cristales de su nuevo hogar.

2 comentarios:

  1. Siendo esto el equivalente pictórico de pintar colores en un folio por el mero hecho de relajarse.

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  2. Qué sequía de textos. A ver si nos ponemos las pilas. ¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬

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Di "amigo" y entra