jueves, 1 de noviembre de 2012

Hoy muero

[ Escritora invitada: Sophie. Texto y traducción suyas, yo solo he parcheado. ]

Hoy, muero.
Estoy feliz. Estoy tan cansada. Tengo hambre de vida, y no tengo ni idea de como expresar esa hambre. Mordí todas las formas de mi existencia y las he roido hasta la medula. No estuve triste, estuve desesperada. No estuve feliz, me volví loca de felicidad. No estuve enfadada, lloré de rabia. Quise. Hasta la locura.

Quiero tanto, tanto más. Cuando era pequeñita, era transparente. Sé lo que significa no existir. Sé lo que significa intentar recoger una mirada. Me volví loca. Grité, sola en mi cuarto, rezando por que hubiera alguien oyéndome. Corrí en las calles abarrotadas pensando que quizá tropezaría con alguien y que entonces, por fin, alguien me vería. Que, por fin, existiría. Pero aun así, tenía miedo. Entonces aminoraba, inclinaba la cabeza y me confundía en las masas. Invisible para todos y, sobre todo, para mi.

Mas tarde, encontré en mí la fuerza y el animo de existir a los ojos de los otros. Tuve amigos, muchos. Amantes, un poco menos. Fui amada. Incluso amé, algunas veces. Me quemé al fuego de estos amores, hasta que mis emociones se evaporaban al sol duro del verano. Me colgé de manos como a cuerdas en el medio de una tormenta, y caí, caí interminablemente y me rompí y me construí y caí otra y otra vez. Y hoy, todavía, estoy llena de pequeñas cicatrices que dejan en la mirada un color un poco triste; llena de hoyuelos dando a la sonrisa un poco de sol.

Hoy, muero. Vi el coche llegar. Le he visto, y no he movido. De forma extraña, no tenía miedo. Sin embargo tuve miedo toda mi vida. Miedo de mis sueños y de mi ambición. Miedo de mi locura y de mi sabiduría. Miedo de mi tristeza y miedo de mi alegría de vivir. Miedo de los otros, miedo de mí mismo. Me encerré al fondo de mi cama, acurrucada en una pequeña bola para que nadie me viera. Me inventé reglas. Si nada sale de la manta, nada me puede pasar. Imaginé hechizos, monstruos, vampiros, pero por fin no serían tan malos conmigo y me mirarían dormir diciendo « merece vivir ». Intenté tanto dar un sentido a mi existencia.

Como si tener sentido significase no tener miedo.

Estoy rota. Sobre el asfalto, siento mi sangre fluyendo alrededor de mi y oigo los gritos, las llamadas. Los hipidos del conductor. Es joven, a lo mejor mi edad. Tiene el pelo moreno asombrosamente ordenado y los ojos embarullados por las lagrimas. Siempre estuve rota. ¿Quien no lo está? ¿Quien no tiene, al fondo de si mismo, estas grietas que solo hay que rozar para que todo se derrumbe, como un castillo de cartas? Mis grietas son las de todas estas envidias que nunca supe retener. De mis impulsividades. De estos dias cuando dejaba todo en suspenso para cruzar la mitad del pais y ir a ver el mar.

¡El mar! Echaré el mar de menos. Nací de la agua y de la tormenta. Siempre he creido que mis envidias y mis deseos venian de la locura del mar, de su caracter inestable y magnifico. Si hubiera querido que se dijera algo de mi despues de mi muerte, seria que era salvaje e impredecible. Como el mar.

Hoy, muero. Veo a esas caras que se emborronan alrededor de mi. Como los que nunca llegué a colgar cuando vivi. Se me escaparan de las manos, todos. Inodoros. Incoloros. Insipidos. Como fines jirones de bruma, inconsistentes e irreales. Entre vosotros, raros relámpagos de luz. Auroras. Pero tantas, tantas sombras. Tanta belleza escondida para no destacarse. Tantas maravillas enterradas lejos, lejos, como un tesoro. Tantas vidas arruinadas por vuestra cobardia. Tuve miedo. Solo estuvisteis angustiados. Angustiados por hoy, por mañana, por ayer. El miedo se vive y se transforma, la angustia solo se inventa.

¿No lo veis? No hay soluciones. No hay meta. No hay milagros. No hay nada de real en el reloj, la sabiduria y la tranquilidad. No sois nada de todo eso. No sois nada. Cuando pudisteis haber sido vosotros. Vosotros, incompletos, fascinantes, irracionales. Vosotros, parados un momento bajo de la lluvia para mirar al mundo esconderse, vosotros, hipnotizados por las primeras caidas de nieve, vosotros, equilibristas de la noche sobre un bordillo.

Pero habeis cambiado. Olvidasteis. Vosotros olvidasteis. Aprendisteis el dominio. Y, poco a poco, desapareceis, como estatuas de arena lentamente erosionadas por el mar. Sí: hoy, muero, pero ya estais mas muerto que yo.

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