domingo, 17 de abril de 2011

Un remolino de ojos verdes.

Aterrizó en mi vida de un salto, entre el revoloteo de una falda y el destello de ojos verdes. A los pocos compases mi corazón se había saltado ya un par de latidos. La profesora se reía de mí. Ya sé que es guapa, pero haz el favor de concentrarte en las figuras.

Alta, de piel clara y con pecas, era como un aviso luminoso que clamaba que ella no era del sur, que venía de un sitio de más arriba donde las reglas no eran las mismas.Tenía un acento gracioso, el deje de francés en las zetas y en las erres. La mataba el "ser" y el "estar", el "por" y el "para" y para regocijo mío desconocía el enorme abanico de dobles sentidos de nuestra lengua. Intenté alguna vez hacer un cambio de papeles y chapurrear algo en su idioma, pero lo más que conseguí es sonar como un gato que se ha tragado una bola de pelo y que ella pudiera también reírse a gusto. Valía la pena, su risa. Eso sí, consiguió que el francés, idioma que yo detestaba desde el instituto, dejara de sonarme como un idioma poco agradable y escurridizo. Tal y como y me ocurrió con el valenciano, no hay mejor cura que la música en un idioma y escucharlo en labios de una persona a la que aprecias para que empiece a gustarte.

Al principio se me resistió. Ella, digo. Decía que tenía que centrarse en la carrera, que no quería suicidarse emocionalmente a 2 meses de volver a su país. Yo me sonreía recordando la frase de Hitch de que no hay mujer que crea de verdad que no se quiere enamorar. Así que en el momento que terminaba de hablar y de disculparse, pero se quedó jugando con las llaves, casi sentí un poquito de pena por ella. Ya estaba enlazada, aunque en ese momento todavía no lo supiera, y me mandase a casa con las primeras calabazas que me daban en muchos años, y una pequeña recompensa. 

Hablábamos mucho. Jugábamos a hacernos preguntas. Solo una regla : no se podia mentir. Lo mismo nos preguntábamos por colores, o por algo que acabásemos de sentir, que por los sueños que teníamos o los mayores arrepentimientos. Cuáles eran nuestros mayores defectos, cuál habia sido nuestro gran amor. "Y asi pasaron 100 noches, contándose la vida..." Y no sé si nos vinimos a enamorar.


Una vez me preguntó si la estaba intentando hacer cambiar de opinión. Yo le dije que... no lo sabía. Me preguntó si yo era un seductor. "Bueno, lo mas que me han llamado ha sido golfo". Y era cierto, yo no trataba de seducirla ni mucho menos. Sólo que me encontré en ese cauce, en esa secuencia de momentos en que cada palabra va haciendo diana, cada gesto es el correcto. La sincronía.

Nos cambiábamos música. Gracias a ella he añadido un buen repertorio de voces e historias en frances a mi arcón personal. Y yo le pagué sus canciones con parte de nuestra cultura. Ocurre que no hay mejor forma de sentirse orgulloso de hablar español que darle a conocer a alguien un poco de nuestro repertorio de poetas y cantautores. Alguien podría pensar que atacar a una joven francesa impresionable con Machado, Neruda, Serrat... puede ser jugar sucio, pero eh. En la guerra, todo vale. Y yo aún tenía que conseguir el "sí", que al final llegó... en forma de placaje. Tal como suena. Nunca tuvimos nada demasiado usual, la verdad.

A veces me miraba y me hacia sentir como un niño pequeño. Como si hubiera vuelto a los años en que tartamudeaba si me hablaba una chica guapa. Me miraba, me pinchaba el corazon, y me entraba vergüenza de pronto. La ilusión se trasladaba en forma de cosquilleo a los dedos. Asi que cuando no estaba con ella y no podía recorrer su pelo o las curvas de su cuello, me entraban ganas de escribir, o dibujar. Y mis vecinos deben dar gracias de que no haya nacido con buena voz, o me hubiera pasado el día canturreando por casa.

Le encantaba comer, dormir, soñar, hablar, bailar y sonreir, y yo simplemente disfrutaba del tiempo a su lado. No sé si ella me quiso, no sé si ella se enamoró o simplemente fui yo el que saltó sin sujección. Pero era feliz cayendo. Me adormecía en el poder querer sin miedo. Ella fue mi libertad y mi tranquilidad, la lluvia que llega en el mejor momento posible, la primera zambullida del verano. Aprendía y crecía a su lado.

Todo tiene su contrapartida, y lo peor de las mujeres que entran en tu vida así de rápido es que pueden marcharse con la misma celeridad. Y nosotros sabíamos que iba a ocurrir. Se nos había concedido muy poco tiempo y con el caos añadido del final de curso y los exámenes finales, la fecha llegó demasiado pronto. Entonces... el adios. Y dolió, claro. Qué rápido se dice. "Dolió".

Todo esto pudo no haber pasado. Pudimos habernos acobardado, temido o rendido antes de tiempo. Seguramente si lo hubiéramos hecho, después no hubiese dolido tanto. Pero el camino y la elección estaban claras, y no me arrepiento. Elegimos vivir, con todo lo que eso implicaba.

C'est la vie.

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