Eso fue. Un zarpazo, súbito y directo. Y como si ella se hubiera pintado una diana en el pecho, me marqué como objetivo que la próxima mirada fuera de rendición en vez de radiante desafío. Lo conseguí. A pesar de la pérdida de encanto que ello supuso (está en nuestra naturaleza, en cuanto nos dicen "sí", retrocedemos) el recuerdo del primer encuentro aún me tuvo en vilo varias semanas. El agua. Las gotas sobre ella y la noche; las luces alrededor...
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Di "amigo" y entra