viernes, 6 de marzo de 2015

K.

De pequeño insistía mucho con tener un perrito. Un día mi madre apareció en mi colegio, yo tendría 12 años, con un perrito pequeño, que parecía una pelusa gigante, en una correa. Me dijo que era para mí y no me lo creía.

Teníamos un patio trasero con jardín y le encantaba correr. Le tirábamos piñas y palos para que las buscase, y las buscaba, pero lo de devolvérlas él no lo llevaba muy bien. Se sentaba sólo si había comida esperando, nunca le pudimos enseñar ningún truco (aunque tampoco lo intentamos con mucho esfuerzo). Siempre fue muy listo. Hablando de comida, tuvo una época de comer hierbas y después vomitar. Era delicadillo. Atracaba las bolsas de basuras y luego vomitaba. Era un ansias, un gumio.

Yo le hablaba. A veces, cuando acababa "El Informal" me iba a verle a la cuna antes de ir a dormir y le acariciaba un rato, estaba ya medio sopa y estaba calentito, me relajaba yo también.

Se ponía atacado en los viajes en coche. La primera vez que lo llevó mi padre en coche se dió media vuelta porque pensaba que le acabaría dando algo de lo acelerado que estaba.

Tenía tendencia a meterse entre las piernas de la gente, lo que no sé es como nunca causó ningún hueso roto. A veces, claro, lo pisábamos y tras el "aic!" siempre venía un "si es que eres tonto, Krilin!!... te has hecho daño??"

En el mareny y en veinte sitios se le enredaban en las patas las pequeñas bolas de pinchos, y luego para quitarlas ya te podías estar un buen rato con pinzas.

Podías hacer el helicóptero con él. Le cogías de la arnés e iba rotando lentamente moviendo la colita.

Luego vino mi adolescencia, y durante una temporada era un poco molesto, venía a por atención, había que sacarlo a pasear... Hasta que crecí un poco y entendí que era un ser que no exigía nada para lo que daba. Y que irnos a andar era una excusa perfecta para obligarme a respirar y pensar. Y allá nos íbamos, aunque no le gustaba mucho alejarse de casa y empezaba a tironear para volver una vez salíamos del barrio.

Al final,  cuando me fuí de casa, lo veía cada mucho,. Los primeros años se volvía loco cuando volvía, me recibía en una explosión de alegría. Después, poco a poco, con cada visita, cada vez estaba más cansado y mayor.

Pero así no lo quiero recordar. Lo quiero recordar como el señor peluso, el pesado, mi krilino. La cosa que me ha acompañado 13 años de mi existencia. Me alegro que haya podido ser feliz. Y me alegro de que mis padres se lo encontraran aquel día en la perrera. Lo cogieron porque nada más entrar se les echó encima (a los pies) moviendo la cola y super contento. Así lo quiero recordar.


Hasta luego, tú. Gracias por todo.


2001-2015

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