Como la niña que pide amor con pistola, dolida y perdida, escondida en su propio caos, inalcanzable. Si pisas demasiado fuerte se asusta. Es mejor permanecer inmóvil mientras se mueve y curiosea alrededor. Tender la mano palma abajo y dejar que sea ella quien decida cogerse a ti.
A veces me frunce el ceño, como si estuviera enfadada. Yo la miro, esperando. Pronto se deshace en una sonrisa y ya puedo seguir con mi estudio.
Yo no sería capaz de bajarla de los tejados. O de las nubes, o de dondequiera que se encuentra en este momento. Es una voluta de humo. Es una canción que suena a lo lejos, y que sólo a ratos puedes identificar. A veces es un poco discordante, como una flauta que decide que la melodía de la orquesta no le va y comienza a lanzar sus propias notas. Lleva su propia fase.
En un momento te descuidas y aparece entre tus brazos, como si fuese lo natural, quererla un poquito. Y en ese momento lo es, es lo normal, lo natural.
En ocasiones, muy de vez en cuando, despierta la mujer y viene a tomarle el relevo a la niña. Se cargan un poco más los cruces de miradas, habla un poco más despacio y de pronto cada palabra rebosa matices. Uno podría intuír algo agazapado, los instintos primordiales que nos rondan a todos a veces, y que en esa sencillez encuentran un camino rápido a la superficie.
Pero entonces se desvanece y queda, de nuevo, la niña.