Mis dos diarios, "artis", cayeron el mismo día. Más tarde serían reemplazados, pero lamenté su pérdida, les había cogido cariño.
Empecé a crear mi lista de canciones prohibidas, y hay quien dice que por eso de cerrar los ciclos, hasta hoy no he sacado la última de la lista. Pero ellas no tienen la culpa, y ahora finalmente puedo disfrutarlas sin miedo a que el modo aleatorio me las lance como cuchillos.
Comenzaron a desaparecer cosas de mi cuarto, del álbum, de mi ordenador. Pero, a diferencia de las canciones, estos van a seguir encerrados. Ya no hay razón para que vean la luz. Un marco vacío, a fin de cuentas, no dice nada.
Desde aquel día, había un lugar de la estación de bomberos que no quería mirar. Un parque, unos bancos en el puerto, el letrero de un bar de brujos. Ahora, los recuerdos siguen ahí aunque me pese, pero una mirada es bastante para acallarlos.
Hace un año estaba a punto de empezar la universidad. Era domingo, y al dia siguiente tenía mi primera clase como universitario. Será por eso que no he tenido jamás un día mas horrible, tratando de cercar el dolor que arrasaba todo mientras atravesaba el pasillo de mi casa sin ver nada. De cabeza a la cama, queriendo retrasar o avanzar el tiempo, pero sin querer bajo ningún precio encontrarme en ese preciso momento. No quería volver a empezar.
Luego, demasiado tiempo después, te das cuenta de que esa etapa no había tenido el significado que creías, y que sólo una vez que has elegido y has abierto los ojos puedes dedicarte a lo que de verdad importa. Fue como quemar heridas: duele, dejan cicatrices muy feas, pero no vuelven a sangrar nunca más. Los tiempos de bachillerato no iban a volver, así que usaría mejor mi vida como universitario, aunque fuese al precio de perder una parte de mí en el proceso.
Ahora sólo me pesan los que tienen que pagar los platos rotos.
30 de septiembre. Se dice pronto.
