jueves, 20 de agosto de 2015

De la importancia debida (7 años después)

Hace 7 años, a la edad de 20, escribía...

De la importancia debida (o idiotas y felices).

Algún día conseguiré que me importen las cosas tan poco como a los demás. Ese día seremos felices. Idiotas, pero felices. Así a lo mejor dejo de irme a dormir con ganas de romper algo.

Nunca he sido de los de morderme la lengua (ya sabéis, por aquello de no envenenarme). Yo soy más de escupir, aunque procuro no darle a nadie. Pero de un tiempo a esta parte le enseño los colmillos a demasiadas palabras y hechos y tampoco soy así. En la indecisión, mejor morder bien fuerte y tragar. Que sea lo que quiera ser.

Con 20 años y aprendiendo a contenerme, o a volverme gris. Mira: ¡estoy madurando! Menudo partidazo voy a ser cuando lo consiga. Dejaré de llorar para mamar, y a lo mejor recupero algo de la autoestima que lucía cuando la recompensa a ser como soy eran noches enteras.

Puedo ser un perrito perfecto. El amigo que alaba todo lo que haces, el novio que no se queja de nada, el compañero que lo da todo sin que se note. Cuando sea tan gris que me camufle con mi entorno, seguro que todo va mejor.

Pero... ¿al menos podré ser yo cuando escriba? Pregunta autoconclusiva. 


Hola, yo del pasado. Lo conseguiste, pequeño. No esa versión florero con la que ironizabas, no. Lo conseguiste por el buen camino. El secreto no estaba en aguantar los golpes, estaba en no estar. En solo preocuparse por ese 1% de cosas por las que sí merece la pena preocuparse. Para el resto: be water, my friend. Formless, shapeless. Moverte ligero por la vida, por el camino que quieras, apartando las piedras a puntapiés. Autoestima: en proceso, pero mucho mejor que antes: ya nunca nunca nos alcanzan en el centro.

Enhorabuena, lo conseguiste. Gracias por traerme hasta aquí.

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