domingo, 18 de enero de 2015

En saltos de un año

A mi yo. De dentro de unas semanas, meses o, quizás, años.

Puede que haya llegado el momento en que por fin estés decidido a cambiar las cosas. Este es el momento en el que tienes que leerme, cuando ya está todo afinado, tienes los pros, los contras, el esquema en el papel y el consejo del amigo. Ya está todo pensado y evaluado y decidido. Y entonces, ahora, me temo que todavía te queda una iteración más. Escúchame.

Te conozco bien. Me he pasado la vida en ello. Sí, cambiamos constantemente, así que quizás la persona que soy más la tendencia que intuyo no te represente del todo. Pero tengo algo que tú no tienes y compensa ese diferencial: objetividad pura, la que llega de la cero-implicación emocional por algo que sencillamente no conozco.

Porque admitámoslo. Somos sentimentales. Y aunque la razón nos balancea los sentimientos, hemos leído demasiados libros, hemos visto demasiadas películas, y en el fondo estamos tan convencidos que este capullo cínico aún cree en el amor, que somos tan propensos (o más, con la trampa de la mente autoconsciente que se cree a salvo) de entrar silbando en la boca del lobo.

Déjame que te recuerde una cosa. Voy a hablarte de hace exáctamente un año. El tiempo todo lo borra y lo difumina, y si para mí aquello empieza a amortiguarse y a perder el filo, quizá para ti ya esté completamente embotado. Y el que olvida la historia...

Hace un año no levantábamos cabeza. Pero el punto en el punto de estar clavados en el suelo, como una mariposa de un coleccionable (lo siento, no he podido evitar la metáfora. Haznos un favor y aprende a escribir mejor). Cada día era malestar. No perdíamos la esperanza, pero cada intento fracasaba miserablemente, hasta que llegó la insensibilidad para ayudarnos a seguir adelante. O hacía abajo. Te daré un dato, por si ya no me crees: la novedad era estar un día a la semana sin sentirnos mal. No podías estar en casa. Te daba miedo mostrarte porque estabas tan hecho trizas que cualquier cosa te costaba demasiado esfuerzo. Todo el mundo te lo notaba y eras incapaz de contestar un "¿cómo estás?" sincero sin derrumbarte. El caso extremo al que llegaste dudo que se te haya olvidado, así que no lo mencionaré aquí. Pero piénsalo y date cuenta: sí, eso te lo hiciste tú.

¿Y después? Meses y meses de recuperación. Aún arrastramos las consecuencias. Que lo bueno vale lo malo, pero el dolor por superar dolor no compensa. Y sabes de sobra que no dejas las cosas sin hacer. Que si entras, lo vas a pelear hasta volver a dar casi todo lo que eres.

Piénsalo muy bien antes de entrar. Y, si lo haces, ve con cuidado. No suplas con tu energía y tus ganas de vivir la falta de esfuerzo de las otras personas. No te suicides contra un monstruo del armario que cada día es engordado. Ahora somos felices, de verdad. Tenemos subidas espontáneas de ánimo, hacemos lo que queremos, podemos ir con la vista bien alta. Conocemos gente, bailamos. Podemos estar solos horas desconectados del mundo, sin pensar que estamos haciendo algo simplemente para hacer pasar las horas. Nos cabe más aire en los pulmones, aportamos y nos aportan más. Y no ha sido nada fácil, nada fácil llegar aquí. Ha pasado casi un año y aún a veces pagamos el precio. Es cierto que el equipaje no debe sentenciarnos, pero solo un inconsciente olvida lo que ha aprendido. Dicen que hay que arriesgarse, sí. Normalmente te lo dice quien está detrás de la barrera, o quien recortará agujeros en la red. Sé consciente de quién pagará las consecuencias.

Déjalo reposar. Y si a pesar de todo sigues adelante, si estás vez sí, solo me queda decirte una cosa: gracias. Por haber hecho que todo haya valido la pena.


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Di "amigo" y entra