[Diciembre 2014] Con frecuencia no se escoge el lugar o el momento de las primeras veces. Miento, los más románticos, empedernidos, víctimas de su autocontrol, probablemente sí. Hacen ajuste fino -cuántas veces no lo he hecho yo- de cada circunstancia y lugar, para elaborar un disparo preciso en la memoria ajena y en la propia. Hacer el momento mecánicamente irrepetible.
Luego, están las otras veces. Las incómodas porque la arena entra en cualquier parte, porque llueve afuera y los padres pueden llegar en cualquier momento.
No, no me sirve la comparación. Incluso estas últimas requieren cierta preparación.
Hay cosas que definitvamente no puedes elegir cuando llegan, no se pueden ver venir. En vez de un disparo preciso, es un mazazo primario. Una rotura súbita, un tunel a los primeros instintos. Y no se desencadena por líricas elaboradas elaboradas ni melodías profundas y complejas. No, en absoluto. Una letra cualquiera; el 8 por 8, la elegancia; los tambores, lo básico. Y de pronto eres varias veces tú mismo, concentrado en el mismo cuerpo, el corazón se ríe a carcajadas con impulso creciente en cada vuelta. No hay dos brazos conectados, son múltiples ligas enroscadas al otro ser y una consciencia casi total de cada movimiento, arqueo y mirada de la rival y compañera. Boom.