Llegas como la chica de las películas, esas con las que conocerse en un vagón en los trenes de huida o dando paseos infinitos por las calles de Viena, o Florencia. Un estallido tranquilo en febrero.
Llegas como una broma de la vida, una travesura cerca del final del camino. Un cañonazo a la realidad que he ido tejiendo con esmero con los años. Mi adolescente interior te observa sobrecogido, el adulto sonríe y clava los talones en el suelo, preparándose para el envite. Un último desafío, una invitación a la carretera nunca tomada.
De plata tu tierra, de plata tu pelo, de plata tus balas. Si te pones seria, si te concentras resuena el salón con tus pasos. Si hablas, despliegas tus sueños en el aire con la cadencia de tus palabras y miradas.
Mejor abrir las manos, que vuelen el humo y las ensoñaciones. Que siga su camino y la tormenta pase de largo.
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Segundo mes.
Son balas de plata cruzando la niebla, sin encontrar blanco. Un banco de sentimientos replicado y disperso, ninguna diana demasiado grande como para poder hacer impacto. Latente rabia, soterrada; un dogma: sin exigencias, sin ruido, sin drama. Demasiado ya. No más cuentas emocionales a fondo perdido, ni paciencia, ni aguante. Fan de las vibraciones positivas, nada más, el super-desarrollo de la conciencia que evitaba ataques. Si de castigos emocionales se pudieran llenar cupos, me siento como si tuviera una cartilla entera. Tiempo de descansar. Descansar pero seguir viviendo, esquivando las balas, abrazando al pistolero. Qué es el tiempo sin algo de interés. De plata tus silencios y sueños.