El tren huracán hace tiempo que no corre por las vías. Adormece la tarde en los raíles de otoño, rodeado de las hojas de las tardes que caen ya temprano. Respira el valle y avanza el calendario, destiñen las planchas de metal, se empañan las ventanas. Ronronea ronco el motor de la máquina, somnoliento, imaginando amaneceres frescos surcando los caminos vora del mar.
Anochece y el hierro se enfría. La caldera, insuficiente para despertar del todo los engranajes, se conforma con insuflar vida por los pasillos, calor en los asientos, esperando que el carbón aguante un año más y, tal vez, el tren vuelva a ser huracán.
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