Me ha contado este viejo hombre que la lluvia ha acabado. Cuando el sol golpea por primera vez los párpados, cierro la mano. Tierra mojada, mi signo. Carcajadas rompiendo el pecho y las costillas. Recupero mi sombrero de tela contra las desdichas y me encamino de vuelta a la ciudad.
Las mismas calles, los mismos rostros, pero surco lo que antes se arrastraba alrededor de mis pies. Las raíces se han vuelto humo, que desaparece o se solidifica en cada alma que toco. Si el hormigón me rodea, estallo. Si el agua se cierra sobre mi cabeza, respiro tranquilo y sigo nadando. Pronto estaré lejos, pero volveré, solo cogeré carrera para seguir más alto, más fuerte, mejor. Ahora mi reflejo sonríe, ganadas sus propias batallas. Soy un niño, sí, de huesos rotos y alma agujereada. Pero desde abajo, como entonces, vuelvo a ser imbatible.
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