Mi esperanza no son zapatitos brillantes de charol, que nunca pasaron por un charco. Ni cristales de colores fragmentados, que lo mismo me cortan a mí que a los demás. Tan siquiera el bastión inamovible donde rompen las olas y los vientos huracanados sin desgastarla.
Mi esperanza es una mochila gastada y remendada, decorada y firmada, con descosidos y refuerzos, con espacio para llevar lo necesario - mío y ajeno sin serlo- por la Senda. Ligera, cómoda en la espalda. No es lo más bonito, no es lo más útil ni lo más resistente. Quizás no le serviría a nadie más, pero a mí me acompaña en el camino y eso es suficiente.
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